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“Siempre soñé con ser maestra, pero las cosas no se me daban. Nací y crecí en un jardín maternal público llamado ´Arco Iris’. Allí pasaba todo el día junto a mi hermano porque mi mamá trabajaba. Estábamos seguros, nos alimentaban, aprendíamos y compartíamos la jornada con otros niños. Más tarde mi mamá tuvo la idea de colaborar en la limpieza y la cocina y recuerdo que la forma de pago era una caja de comida”, repasa, en diálogo con Infobae y aclara que los fines de semana, aunque a veces se llevaban una vianda, había que hacer magia, ya que en su casa “ni siquiera había comida para engañar el estómago”.

Tanta vida volcó Daiana en ese centro educativo –casi su hogar— que una tarde, mientras estaba en su clase de apoyo escolar, recibió una charla sobre un plan piloto de gestión de residuos sólidos urbanos. La brindó un grupo de recicladores que trabajaba a escasos metros de allí y que, más tarde, se convertiría en una cooperativa de trabajo denominada “Los Triunfadores”.

Lo cierto es que, como una “esponja” absorbió todas y cada una de las palabras y consejos para separar la basura en orgánica e inorgánica. Incluso, hasta se sintió atraída por ese mundo nuevo para ella, el del cuidado del planeta.

Daiana, que nació el 11 de agosto de 1996, comenzó el secundario, como suele decirse, con todo el viento en contra, pero con el sueño intacto de convertirse en maestra. “No quería ser una maestra más, sino la mejor, y llegar a directora”, repasa.

Ella no lo sabía, pero, por esas paradojas de la vida, iniciaba allí el período más difícil y a la vez gratificante de su vida. Apenas pisó el secundario, y por necesidad económica, se acercó a aquel grupo de obreros de la basura y comenzó a trabajar.

Así, Empezó a recibir un salario mínimo a fuerza de mucho sacrificio. “Si bien estábamos organizados en un equipo, todos debíamos cumplir con una diversidad de tareas, salir a buscar cartones y botellas a los centros comerciales, vender, separar, cargar los camiones. De tanto agacharme, mi espalda no daba más. Recuerdo cuando apareció en escena, casi como un milagro, la cinta transportadora, un antes y un después”, evoca.

Intrépida, Daiana se había convertido en una pieza importante del lugar. “Me faltaban horas del día entre la escuela, el trabajo y la ayuda en casa, pero el 23 de agosto de 2015 recibí el golpe más duro de mi vida cuando falleció mi mamá y quedé a cargo de mi hermanito bebé”, continúa.

Con 19 años recién cumplidos se vio obligada a tomar las riendas del hogar. El escaso dinero que ingresaba a su casa quincenalmente lo destinaba a leche, pañales y garrafas.

“Nunca pedí ni recibí ayuda del Estado y, menos que menos planes sociales. Salimos adelante como pudimos, pero siempre tuve en claro que tenía que estudiar, que era la única salida”, asegura.

La cooperativa de reciclaje Los Triunfadores fue su refugio y su lugar de trabajo desde los 13 hasta los 21 años. Y si bien hoy está alejada, porque, al fin, su vida laboral transcurre en un aula, asegura que, lejos de renegar de aquellos tiempos, siente que fue el principio y la base de todo lo bueno que llegó después.

“Trabajábamos en un galpón y pasamos de ser un grupo que comenzó a los ´ponchazos’ a una verdadera cooperativa muy bien organizada y de la que siempre me sentí parte. Tanto, que cuando se estaba constituyendo pasamos días enteros pegando ladrillos y preparando mezcla para separar el galpón de la oficina”, dice. Agrega que atravesaron numerosas facetas, siempre aprendiendo en el camino, recibiendo capacitaciones e incorporando indumentaria y elementos adecuados.

El tiempo transcurría y, en el medio del proceso, hizo varios intentos para comenzar a estudiar para docente. En dos oportunidades se inscribió en la Universidad de Cuyo, aunque sus obligaciones de “madre” la obligaron a abandonar. Más tarde, a través de una beca entre “Arco Iris” y la Universidad de Congreso, se anotó en Psicología, otra de sus pasiones y su cuenta pendiente. “Pero tampoco pude. A veces me ganaba la frustración”, confiesa.

“Seguía criando a mi hermanito y no podía. Tenía un rol importante en el galpón, sobre todo cuando logramos formalizarnos como cooperativa. Me encargaba de la logística, de las planillas, de los circuitos y de las capacitaciones en los barrios, aunque jamás me alejé completamente de aquella cinta transportadora que agilizó la tarea, nos dio más practicidad y terminó con nuestros dolores de espalda”, insiste.

Lo cierto es que todo dio un giro una mañana cuando le hablaron de un establecimiento terciario donde se cursaba de noche. Se trataba del Instituto Superior de Formación Docente y Tecnicatura N° 9-030 “Del Bicentenario”, también en Godoy Cruz.

“Cursaba en la UNCuyo con muchas dificultades y, sobre la marcha, me anoté para no perder el año. Era una carrera de cuatro años y me prometí que no iba a demorar más de cinco. Me presenté en el preuniversitario, rendí, aprobé y obtuve el diploma en el tiempo establecido. Nunca me voy a olvidar la emoción al recibir el título, la satisfacción del deber cumplido y la felicidad de haber llegado a la meta”, subraya.

El embarazo que transitó en el medio, lejos de desanimar el período estudiantil, resultó un envión, según define. “Ciro tiene cinco años y siempre le cuento mi historia, mis deseos de salir adelante, los obstáculos que atravesé y las muchas razones para levantarme que fui hallando en el camino”, reflexiona.

Embarazada de su segundo hijo, Daiana vive hoy una realidad diferente: es una maestra apasionada que les inculca a sus alumnos el valor del esfuerzo y, sobre todo, la importancia del cuidado del medio ambiente.

“Tanto lo trabajé en el amplio sentido durante mi vida que hoy me sale naturalmente hablarles de nuestro planeta, de la trascendencia de las acciones cotidianas, de la imperiosa misión de limpiar, cuidar, proteger y construir”, subraya mientras agrega que en su casa es ley que todos los desechos se separan y que lo orgánico va destinado a un compost para sus plantas.

La paciencia y dedicación que vuelca en el aula de la Escuela Padre José Müller, en Godoy Cruz, donde se postuló como maestra de grado en 2021, dieron su fruto más pronto de lo esperado.

“Me había recibido en plena pandemia y fui corriendo a ofrecerme porque sabía que necesitaban suplentes. Fue tan intenso y tan hermoso aquel año junto a los chicos que los padres presentaron una nota solicitando mi permanencia. Creo que aquel pedido tuvo muchísimo que ver en que hoy continúe allí y lo agradezco, me siento una docente de alma y feliz con esta misión. Disfruto cada mañana de empezar el día con mis chicos y siento que por fin tengo todo lo que siempre soñé”, reflexiona.

Está convencida de que a los tiempos difíciles hay que ponerle el cuerpo y el alma, siempre y cuando, aclara, la vocación sea verdadera.

“No reniego de nada y agradezco las enseñanzas que recibí a lo largo de mi vida. Lugares y personas que siempre aportaron algo importante”, señala, mientras se refiere a la directora del centro educativo “Arco Iris”, Liliana Sevilla, quien siempre la apuntaló, del mismo modo que su amiga Cristina Sagnier, con quien compartió interminables horas de trabajo en medio de la basura.

“Como siempre digo, estuvieron en los momentos lindos, siempre al pie del cañón, para acompañarme, aconsejarme o simplemente escucharme. También en las etapas más duras, al igual que otros tantos compañeros que hoy sigo visitando. Con altos y bajos formé parte de la gran familia que representa una cooperativa de trabajo dedicada al reciclaje, gente laburante que sale adelante como puede en medio de los tantos vaivenes del país”, añade.

– Daiana ¿Qué les dirías a otros jóvenes que, como vos, encuentran palos en el camino y desean progresar?

– Que la perseverancia es la base del éxito, que no bajen los brazos, que los sueños están para cumplirse. Que la prioridad, más aún en estos tiempos competitivos, debe ser el estudio, aunque la vida se empeñe en no hacértela fácil.

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